La amabilidad como regla de conducta

Este consejo bien merece ser aceptado  en una época como la actual, en la que—debemos confesarlo—, la tendencia que predomina es la del malhumor, la exigencia agitada que nos imponen las condiciones de la vida moderna las múltiples preocupaciones  que nos agobian, el malestar que sufrimos—en gran medida, por ejemplo, los atascos de tránsito—, ponen en tensión nuestro sistema nervioso y nos conducen a una excitación que nos hace perder el control de nuestro propio comportamiento.

Los automovilistas son probablemente los individuos que sufren con mayor violencia las embestidas de este nerviosismo. Por cosas de nada, como un mínimo roce o incluso a causa de arrancar lentamente al ponerse verde el semáforo, se produce un desbordamiento de cólera y de injurias. Personas por otra parte corteses y bien educadas en ese momento, se dejan así, llevar por crisis cercanas a la locura.

Todo ello no es solamente inútil, sino que además causa un gran daño a la salud. Las profundas alteraciones hormonales que se producen van minando el organismo. Con un poco de amabilidad, nos explicaríamos tranquilamente, y , sin duda, zanjaríamos mejor cualquier diferencia. Ciertamente no resulta divertido ser víctima de un accidente de circulación, pero la cólera, el mal humor, las malas palabras, los gestos de violencia, son completamente inútiles. Y contra-producentes.

La amabilidad y la educación se basan en la voz y en las actitudes. Si somos empujados por una multitud, lo mejor que podemos hacer es sonreír. Esta actitud desarmará a nuestros vecinos. “La buena educación es una gimnasia contra las pasiones—dice Alain—; Es una forma de alegría contagiosa que suaviza todas las asperezas, también existe la educación del cortesano, que no es bella. Pero tampoco es buena educación. La amabilidad deliberada no es buena educación, mucho menos la adulación. “

La amabilidad y la buena educación se componen en cambio de franqueza y dignidad. Hay que saber decir no cuando es necesario, el único problema es saber decirlo. Y podemos permitirnos ser insolentes sólo cuando se trata de personas más poderosas que uno mismo.

Ser amable es, pues , ser acogedor, indulgente ; sin ser débil o adulador. La amabilidad es un arma que nos permite abrir todas las puertas y aclara cuanto rodea a la persona que la posee. Físicamente es una manifestación de buena salud y de equilibrio glandular. Moralmente, constituye una fuente de optimismo y entusiasmo.

¿Nunca ha debido cambiar de proveedor porque el jefe o algún empleado no le parecían amables? Y cuantas veces oímos decir con desprecio o con pesar: “No compro más en…La vendedora es demasiado antipática”.

La amabilidad, por consiguiente, no sólo nos alegra, sino que hace participar a los demás de esa alegría. El comerciante, el cliente, el vendedor, el intermediario, el cobrador, todo el mundo tiene interés en mejorar sus contactos cotidianos, para lo que deben establecerse relaciones más ricas en cortesía , buen humor y amabilidad.

No debemos confundir el hecho de ser amables con la posibilidad de estar contentos. No estar de muy buen humor no nos exime de ser amables. El prójimo no está obligado a aguantar nuestro mal humor por circunstancias que le son completamente ajenas y razones que no conoce.

Pero no sólo debemos ser amables a causa de los  otros , aprendamos a serlo nosotros mismos, en forma gratuita, siempre que estemos solos. Así nos resultará mucho más fácil, y lo haremos mejor, cuando estemos en público. La amabilidad y la buena educación forman parte de un arte de vivir que supone una determinada moral: procurar placer y procurarse placer a uno mismo.

La amabilidad es un don, mientras que la buena educación se adquiere, pero así como es posible enriquecer ésta última podemos también desarrollar la primera, para poder practicarlas, según Pasteur Vallery-Radot, hay que saber comprender, perdonar, amar.

En efecto, la práctica de la amabilidad constituye, además de todo lo anterior, un valioso método de sangre fría y de dominio de sí. Y es un espejo en el que se refleja la sonrisa del mundo.

En consecuencia se sienta a punto de estallar en cólera, o tome conciencia de su creciente mal humor, abra bien las manos y respire profundamente, de inmediato se sentirá aliviado y recobrará automáticamente el buen humor. Y Usted será otra vez amable, y por tanto sociable. Basta con pensar en ello al comienzo. Y en lo sucesivo no será difícil repetir esta misma conducta, ya que la satisfacción que con ella obtendrá, sumada al placer de la victoria, le dará voluntad para continuar haciéndolo. Lo cual se convertirá en un hábito por obra del reflejo imaginativo del que ya hemos hablado.

Y así cada uno lo intentara por su parte, ¡ Cuánto más bella, fácil y agradable sería la vida para todos sí fuésemos amables siempre !

Ya ven que todo lo que nos ocurre, exceptuando accidentes fortuitos, nosotros lo buscamos. Reflexionen y sean amables y no habrá nada de qué quejarse.